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Hackers en Perú prometen acceso ilimitado a redes sociales de otros por 15 dólares

Con tratos hechos en la calle y sin más que una computadora alquilada por 60 minutos, una persona puede vulnerar de forma ilegal la privacidad de cualquier usuario.

Hackers Perú redes sociales

En muchos sentidos, el centro de Lima es una parte de la ciudad en donde se puede conseguir cualquier tipo de producto y servicio, incluso aquellos que podrían ser considerados como moralmente incorrectos. Las calles cercanas al Centro Cívico, una de las zonas comerciales ubicada cerca a la Plaza San Martín reciben a sus visitantes en medio de transeúntes haciendo compras navideñas, vendedores ambulantes y el ensordecedor e incómodo ruido de los motores de los cientos de autos que pasan dejando una estela de humo negro maloliente.

Los colores de “Lima, la gris” se muestran no solo en letreros luminosos de tiendas de regalos, galerías de ropa y negocios de comida, sino también en los anuncios de “Masajes relajantes”, “Amarres de amor” y “Prestamos solo con tu DNI” que adornan postes de luz e incluso la acera de las calles. La sensación de que detrás de cada uno de estos anuncios podría esconderse un negocio ilegal o peligroso es real e incrementa a cada paso que se da en la Av. Bolivia en dirección al verdadero motivo que me trae a este lugar: la Av. Wilson, que pese a que fue rebautizada como Garcilaso de la Vega sigue teniendo el mismo nombre porque las personas se rehúsan a llamarla de otra forma.

Wilson recibe a sus visitantes con el sonido de luces navideñas, más vendedores ambulantes y el sonido de autobuses que se caen a pedazos junto a cobradores que intentan convencer a los transeúntes de que es buena idea subirse a ellos. Algunos sí lo hacen.

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El infierno tecnológico de Lima: La Avenida Wilson

Es en esta zona, en particular en la cuadra 12 de la Av. Wilson, donde las personas que necesitan ayuda con sus laptops, celulares, tablets, Smart watches, Play Station, Xbox, Nintendo Switch, y cualquier otro elemento de tecnología, pueden venir para hacer mantenimientos y reparaciones. Si preguntas por un precio, la cifra probablemente sea mucho más baja en comparación a otras que pueden ubicarse en otros distritos.

Conforme me acerco a los negocios que se dedican a ofrecer estos servicios, empiezan los ofrecimientos. Hombres y mujeres de entre 20 y 50 años están parados fuera de los negocios. “¿Mantenimiento?” “¿Reparación de celulares?” “¿Recuperación de contraseñas?” “¿Cambio de pantallas?” “¿Programas?”, son las primeras ofertas que me hacen mientras se acercan a mi con interés desde la izquierda y derecha con letreros blancos que tienen una lista entera se servicios, que incluyen además los nombres de cada red social existente como FacebookInstagramTwitter, Telegram, WhatsApp y otras.

En primera instancia paso de largo de todos y me adentro más en la Avenida. A cada paso, se puede ver una tienda de tecnología, cada una con el mismo ofrecimiento y de la misma forma. Luego de varios metros la calma regresa, pero los negocios siguen a la espera de su próximo cliente. Es en ese momento en el que decido que mi nombre ya no es Renato, me quito los lentes, me pongo una capucha y regreso sobre mis pasos. De entre todas las ofertas que me hicieron, un hombre se acercó a mí y con voz baja dijo: “¿hackeo? ¿Instagram, Facebook, WhatsApp?”.

Hackers de alquiler

No es sorpresa para los limeños que en la Av. Wilson se pueden encontrar negocios establecidos por hackers en el que se establecen precios para poder ingresar a cuentas de correo electrónico y redes sociales por el precio correcto. No importa quién sea la persona afectada o la relación que los vincule, si se tenía el dinero en la cantidad adecuada, entonces se podía hacer.

“¿Cuánto me cobras por entrar a la cuenta de una persona?”, le dije al señor que me había ofrecido el servicio. Era un hombre subido de peso, de al menos 50 y tantos años, 1.70 metros, de piel morena y cabello negro. Vestía un pantalón de jean y una casaca verde en el momento que se acercó a mi para escuchar mejor lo que le proponía. “¿Cuenta de qué? ¿Facebook?”, me respondió mientras me señalaba al interior de una tienda en la que imprimían vinilos y afiches.

Estaba entrando a la boca del lobo y, por lo que había escuchado previamente, era necesario tener precaución al momento de hacer el trato con el intermediario porque a estas personas no les gustaba perder el tiempo en personas que no van a querer el servicio. Solo atiné a decirle “Instagram” mientras veía a los costados por si alguien más se acercaba al lugar donde me encontraba. La cantidad de personas que pasaban por la cuadra 12 de Wilson había aumentado.

“¿Eso? Se puede hacer en una hora y te puede costar 80 soles (aproximadamente 21 dólares)”, me consultó el hombre que también veía a los costados como buscando a alguien más. “¿Cuánto es tu presupuesto?”, me consultó. No tenía intenciones reales de realizar el servicio y mucho menos entregarle 80 soles de mi dinero a estas personas, pero tenía que mantener mi personaje si deseaba obtener mayor información, así que regatear el precio me pareció lo más acertado en ese momento.

“Tengo 50 soles (13 dólares aproximadamente)”, le comenté. Me dijo que ese no era el precio que me podía dar, pero si tenía prisa “se puede hacer el servicio en media hora. Si tienes el dinero ahora puedo hacer que te cobren 60 (15 dólares)”. El intermediario levantó su mano y silbó mientras veía hacia su izquierda afuera del local en el que nos encontrábamos. Empezó a caminar y lo seguí mientras me decía que el descuento que me daría era “especial” porque el trato era inmediato con él y que no me preocupe por la seguridad porque la persona encargada no era él y tampoco ser haría en la tienda a la que habíamos entrado.

“Habla con el ingeniero y él te abrirá la cuenta ahora mismo. Te pondrá un filtro de seguridad para que no te detecte nadie. Él te dará una hora para que accedas. La cuenta te la dará en media hora, él te mostrará cómo lo hace, te mostrará la cuenta. Te he dado un descuento especial”, me decía mientras caminábamos unos cuantos metros.

Nos encontrarnos frente a un sujeto mucho más joven, probablemente de 35 años o quizás menos que era más bajo, tal vez 1.60 metros y con lentes negros. Vestía una casaca roja, camiseta negra y jeans claros. Fácilmente podría pasar como un cliente más, pero se trataba de un hacker y en menos de una hora se encargaría de darme el acceso a la cuenta de una persona que en realidad no existía. “Hazle el trabajo por 60. Quiere una cuenta de Instagram”, dijo el señor. El joven no hizo más que asentir y me pidió que lo siga.

Cabinas de internet

A partir de ese momento empezó una caminata a lo largo de la Av. Wilson en la que mi corazón se aceleraba. En ese preciso instante estaba al lado de un hacker alquilado a quien le iba a pagar para que vulnere la privacidad de la persona que yo desee, un delito penado en el Perú con pena privativa de la libertad por un periodo no menor a 2 años ni mayor a 4, una pena suspendida, pero pena al fin y al cabo.

El joven caminaba a mi lado sin mayores reparos saludando a algunas personas que se encontraba en el camino. “¿A quién quieres hackear?”, me preguntó mientras yo intentaba disimular los nervios que me generaba el momento y a medida que nos acercábamos a la Av. República de Venezuela, a una cuadra de donde había abordado al intermediario. Tuve que mentir y aplicar una historia que muchas personas consideran común, al menos en Perú: “Quiero entrar a la cuenta de mi ex”, le dije. “Necesito saber si me es infiel”. El joven no reaccionó quizás porque estaba acostumbrado a esos pedidos o porque no quería más detalles de la historia falsa que le había vendido.

“¿Tienes que darme el nombre? Solo con eso puedo entrar. Una vez que ubiquemos su Instagram vamos a copiar el link, vamos a ingresar en el sistema y se va a generar un filtro de seguridad y una contraseña solo para ti. Te daré un horario y a partir de esa fecha vas a poder ingresar en adelante sin problemas”, me explicó el hacker mientras llegábamos al cruce con República de Venezuela y girábamos a la izquierda.

A partir de ese momento los nervios aumentaron. No solo porque habíamos tomado un camino hacia unos callejones estrechos, sino porque en ese momento, aproximadamente las 17:00 horas, no había mucha gente en esa zona. Empecé a temer por mi seguridad en el momento en el que le dijera al joven que en realidad no quería hacer el trabajo y que se olvide de todo porque no estaba dispuesto a pagar.

“¿La persona a la que vamos a hackear no se va a enterar ni tendrá acceso a una dirección IP o algo así?”. “No, nada de eso. Este es un procedimiento seguro para ti”, me dijo cortante mientras cruzábamos la calle para llegar a un negocio de cabinas de internet, donde se pueden alquilar computadoras por media hora o una hora para cualquier tipo de necesidad. El joven entró y yo me quedé en la puerta.

Cómplices o engaño

“Dame una hora”, le dijo el hacker al dueño del negocio. “¿Tienes un sol?”, dijo extendiendo su mano para recibir una moneda mía. Sí tenía algunas en mi billetera, pero dársela significaba que podría estar cometiendo un error que difícilmente podría repararse si aceptaba ingresar con él. Mentí nuevamente y le dije que no ante su fija mirada en mí. “Mejor olvídalo, no quiero meterme en problemas con la policía o con la ley. Yo no soy así”, le dije mientras retrocedía y él salía del local para acercarse a mí.

“¿Estás seguro de que no quieres hacer el trabajo?”. “Sí, seguro. Dile al señor que gracias, pero que me voy”. “El señor no me va a creer, yo te recomiendo que sí aceptes el trabajo para que no tengas problemas”. Fue en ese momento en el que me paralicé por un instante ¿Era una amenaza? ¿A qué problemas se refería? El joven continuó hablándome y diciendo que si no aceptaba el trabajo yo tenía que personalmente decirle al intermediario que ya no lo quería porque de lo contrario yo tendría un problema y el hacker se vería obligado a pagarle al señor de todas formas.

“Él es policía”, me dijo finalmente mientras caminábamos de regreso a su local en la Av. Wilson. “Es un Terna”.

En Perú, el Escuadrón Verde o Grupo Terna es una rama de la policía llamada en realidad Unidad de Inteligencia Táctica Operativa Urbana de la Policía Nacional y su función es realizar labores de infiltramiento para combatir crímenes comunes como el robo, hurto y la micro comercialización de drogas. ¿Qué hacía un policía de este grupo como intermediario de hackers que cometían delitos contra la intimidad?

Volteamos nuevamente en dirección a la Av. Wilson.

“Si decides no hacer el trabajo le debes decir al señor personalmente y explicarle por qué. Si se enoja puede llevarte y hacerte problemas por pedir hackeos”, me explicaba el joven a medida que nos acercábamos al local. ¿O sea que si cometía el crimen no tendría problemas, pero si elegía no hacerlo sí los iba a tener? ¿Me acusarían de qué? ¿Si el señor estaba cumpliendo su trabajo de infiltración, por qué revelaría su identidad a los criminales? ¿Y si era un engaño y en realidad no se trataba de un policía, tendría problemas de todas formas? Llegamos al primer local y vi al señor acercarse a mi sorprendido porque no habían pasado ni 10 minutos. El hacker me dejó y volvió al lugar donde lo encontré por primera vez. Avancé solo los últimos pasos hacia el supuesto policía con el corazón en la garganta.

“Decidí no hacer el trabajo, yo no soy así y no quiero problemas con la policía”. El señor me miró fijamente. “¿Estás seguro de que no lo vas a hacer? ¿No le pagaste?”. “No”. “Ok, vete”, fueron sus últimas palabras hacia mí. Pude sentir que el hacker se acercaba a mí, pero no volteé y aceleré el paso hacia el Centro Comercial más cercano. Volteé ligeramente y vi a los dos hombres mirándome y conversando, tal vez sobre mí.

A partir de ese momento giré hacia la Av. Bolivia, crucé Wilson y no volteé más. Si tenía sus miradas en mi espalda no quería saberlo y si estaba metido en un problema, tampoco. Aceleré aún más el paso pero no corría. Sudaba. Entré agitado a un local de reparación de computadoras y preguntaba cuánto estaba el mantenimiento de una laptop mientras me sacaba la capucha, la metía en mi mochila e intentaba peinarme. No recuerdo si me dieron el precio o no.

Salí volviendo a ser Renato.

Según Meta, Instagram emite notificaciones a los usuarios cada vez que se detecta un inicio de sesión desde un dispositivo diferente o no reconocido. También envía notificaciones en las que se guarda el registro de la ubicación desde donde se intentó acceder a una cuenta. Por la actualidad política del Perú, preguntar a un contacto de la policía si era cierto que un miembro del Grupo Terna estuvo en la Av. Wilson en una fecha específica no es una opción realmente segura.

Por lo pronto, los supuestos hackers, intermediarios y policías encubiertos siguen en el mismo lugar, en la cuadra 12 de la Av. Wilson donde esperan a sus próximos clientes para ofrecer hackeos y programas informáticos pirateados.

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